La Luna y la búsqueda de seguridad

 

Uno puede elegir por ir hacia la seguridad

o por avanzar hacia el crecimiento.

Abraham Maslow

 

 

    La Luna, en astrología, es el planeta que marca de forma decisiva nuestra manera de vincularnos. En los primeros años de vida, este astro condiciona cómo será nuestra modalidad relacional en la adultez. Dicho de otro modo, el vínculo primordial con la madre —o con quien cumpla ese rol— se reedita, de manera más o menos consciente, en nuestras relaciones posteriores.

    Sin embargo, el camino que va de la relación madre-hijo al vínculo yo-otro no es un simple reemplazo de roles, sino una compleja reedición de los vínculos infantiles. Nacemos en un núcleo familiar que refleja las cualidades de nuestro signo lunar, pero en ese estado temprano de indiferenciación no es posible separar del todo si la energía la expresa el bebé o la madre. Podemos pensar que el niño encarna la energía lunar, mientras que la madre (o figura materna) la asume y la refleja. La Luna, así, funciona como un patrón emocional y vincular dentro del sistema familiar.

    Por ejemplo, una Luna en Géminis crece en un entorno donde la comunicación es sinónimo de afecto, y las palabras o explicaciones brindan calma y seguridad. Una Luna en Tauro, en cambio, encuentra amor y seguridad en el contacto corporal y en el alimento, símbolos de nutrición y protección.

    Esta vibración energética colorea la relación del bebé con la madre, aunque la Luna no simboliza a la madre real, sino lo materno como imagen interna. Así, un niño con Luna en Aries puede percibir a su madre como autoritaria, mientras que su hermano con Luna en Piscis la vea como un ser mágico y protector. La diferencia está en la propia energía lunar de cada uno, que se proyecta más allá de la madre hacia todos los vínculos de pertenencia.

    La función de la Luna es darnos una base segura interior para luego explorar el mundo exterior. Bajo esta luz, la Luna representa lo que necesitamos para sentirnos seguros y amados. Es refugio y cobijo… hasta que inevitablemente somos “expulsados del paraíso” y esa energía original se transforma en un mecanismo defensivo. Este mecanismo inconsciente busca protegernos ante lo que percibimos como amenaza o inseguridad, reduciendo la tensión interna que de otro modo se expresaría como angustia o ansiedad.

    Siguiendo con el ejemplo, para una Luna en Géminis, la seguridad depende de que todo pueda ser explicado. Frente a la vulnerabilidad, se activa la racionalización: traducir emociones en palabras y pensamientos para tomar distancia de lo que duele. En piloto automático, buscamos relaciones que nos eviten sentir inseguridad, pero cada persona entiende el amor de forma diferente.

    Cada signo lunar tiene su propio punto de vista sobre el amor. Cuando las energías de dos Lunas son afines, hay comodidad y comprensión mutua; si son opuestas, las necesidades se contradicen. Tomemos un ejemplo: una persona con Luna en Leo, que asocia amor con reconocimiento y admiración, pedirá atención y trato especial a su pareja. Si su compañero tiene Luna en Capricornio —más reservado y autosuficiente—, se sentirá agobiado por esas demandas. La Luna en Leo percibirá frialdad, mientras que la Luna en Capricornio verá dramatismo y egocentrismo. Desde el mecanismo defensivo, ninguno logrará comprender al otro.

    En estos casos, el conflicto no es solo interpersonal, sino interno: le exigimos al otro que llene el vacío que no sabemos sostener. Para salir de este patrón, necesitamos desenmascarar el piloto automático y tomar control de nuestra “nave”, volando junto a otras sin esperar que nos lleven a cuestas. No es fácil, porque el mecanismo se activa de forma automática y excluye de la conciencia lo que nos provoca miedo, vacío o dolor.

    El primer paso es reconocerlo cuando aparece. Observar qué sentimos y qué hacemos cuando estamos vulnerables nos acerca al siguiente nivel: frustrar el mecanismo, es decir, actuar de manera distinta a lo que este nos dicta. Por ejemplo, si una Luna en Aries reacciona a la inseguridad con hiperactividad, podría intentar quedarse quieta observando sus emociones, aunque eso incremente momentáneamente su sensación de vacío. Este vacío, en este contexto, es la ausencia percibida de afecto.

Frente a él hay dos caminos:

  1. El automático e inconsciente: activar el mecanismo para huir de la angustia.

  2. El consciente: permanecer en la emoción, calmarla y sostenerla amorosamente.

    Esta segunda vía constituye la madurez de la Luna: darnos a nosotros mismos lo que necesitamos, en lugar de esperar que otros lo hagan. Como dice Daniel Goleman en sus escritos sobre inteligencia emocional, la autoconciencia implica atender a nuestros estados internos sin reaccionar ni juzgarlos. Esa comprensión nos abre la posibilidad de liberarnos de nuestros propios mecanismos.

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