La Luna en Escorpio
En este punto del zodíaco, la rueda se invierte y la energía se vuelve mucho más compleja para la conciencia. Quien tiene la Luna en Escorpio necesita vivir una intensidad emocional profunda, que encuentra su máxima expresión en la fusión con el otro. De este caudal desbordante surgen contradicciones propias de una energía que oscila entre extremos opuestos.
Al mismo tiempo que anhela la entrega total, necesita proteger su intrincado mundo interior para no sentirse devorada o atrapada. Su estrategia consiste en ejercer un control riguroso e implacable. Así, conviven en ella el temor a perderse en la fusión y el deseo de alcanzarla.
El funcionamiento emocional de esta Luna puede entenderse como una secuencia: cuando se abre a sentir, lo hace con tal intensidad que se sumerge sin límites en el vínculo; sin embargo, en cuanto percibe que se pierde a sí misma, se repliega bruscamente, retoma el control y se vuelve inaccesible. Su mundo interno es como un mar embravecido que necesita dominar para no naufragar.
Es difícil atravesar el muro de esta Luna intensa y enigmática, donde lo sublime y lo siniestro coexisten. Posee un doble control: por un lado, blinda su interior para impedir el acceso a su mundo secreto; por otro, se contiene a sí misma, temiendo que al liberar sus emociones se produzca un exceso, un desborde o una pérdida de control. Nada entra ni sale con facilidad.
El deseo de entrega y fusión absoluta vive, en gran parte, en la fantasía, porque en la realidad las defensas siempre están elevadas. En el universo escorpiano, la intensidad impregna todo: el amor puede convertirse en un juego extremo donde pasión, control, drama, destrucción, sexo, celos y sufrimiento se entrelazan para dar una extraña sensación de seguridad.
Su gran desafío es aprender a poner límites, aun cuando esto implique disminuir la intensidad, cortar la fusión y enfrentar un vacío tan profundo como un abismo. El aprendizaje más transformador consiste en soltar el control excesivo que ejerce sobre todo lo que entra en su órbita, especialmente en las relaciones. Esto supone renunciar al anhelo de poder, aceptar que no todo puede ser dominado, dejar de actuar desde la manipulación o el rol de víctima y comprender que la intensidad no puede sostenerse indefinidamente en el tiempo.
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