La alquimia astrológica de la relación
El encuentro entre dos personas es como
el contacto de dos sustancias químicas:
si hay alguna reacción, ambas se transforman.
Carl Gustav Jung
Para analizar un vínculo, la astrología utiliza una técnica conocida como sinastría. Este método permite observar cómo interactúan las vidas de dos personas, cuál es la alquimia que se genera entre sus campos energéticos natales, cómo chocan y se complementan esos dos mundos, o por qué, en algunos casos, se rechazan o se dañan mutuamente.
La sinastría consiste en superponer y comparar las cartas natales de cada integrante de la relación, observando cómo las posiciones planetarias de uno resuenan en el campo vibratorio del otro, y viceversa. El proceso comienza con un análisis detallado de las cartas individuales, para luego explorar la interacción entre ambas. Es un estudio minucioso pero apasionante, que nos adentra en las tramas más complejas de los vínculos humanos: sus fortalezas, debilidades, aprendizajes y mecanismos. En esta dinámica, existe una red de hilos invisibles que puede generar una tensión creativa y enriquecedora… o convertirse en un enredo imposible de deshacer sin romperlo.
Aunque su aplicación más habitual es en relaciones de pareja, la sinastría no se limita a ellas. También puede utilizarse para estudiar vínculos de amistad, relaciones familiares, asociaciones laborales o cualquier otro tipo de interacción entre dos personas.
La riqueza de la sinastría radica en que facilita una comprensión profunda de nuestras relaciones. No es una herramienta predictiva ni sirve para “elegir” a una pareja compatible; de hecho, podemos ser afines con millones de personas que nunca conoceremos. Porque, además de aprendizaje, un vínculo también es destino.
Por esta misma razón, la relación “ideal” no existe. Tampoco existe la sinastría perfecta: por más que intentemos hacerla encajar, siempre será única e irrepetible, adecuada para nuestro momento vital y nuestro proceso de evolución. Lo que sí existe es el vínculo correcto para nuestro viaje de conciencia, que se revela poco a poco a través de la red de interacciones que vamos tejiendo.
Para comenzar, nos centraremos en los planetas más directamente implicados en las relaciones. La Luna y Venus, planetas receptivos que se abren al encuentro con el otro, tienen un papel central. Sus energías nos remiten, de algún modo, a planteos de Freud sobre los caminos hacia el objeto de amor. El primero es el modelo de apuntalamiento, según el cual buscamos en el otro rasgos similares a los de nuestros primeros objetos de amor —generalmente los progenitores—. En astrología, esta búsqueda se asocia con la función lunar, que marca las experiencias vinculares de la infancia.
El segundo es el modelo narcisista, que orienta la búsqueda hacia aquello que somos o queremos ser. Esta tendencia se vincula con Venus, relacionado con la autovaloración y con lo que apreciamos en los demás, así como con la energía del Sol, símbolo astrológico del yo.
Por eso, en este recorrido también abordaremos la energía del Sol y Marte, como expresión de la individualidad y del deseo, y de Mercurio y Júpiter, que facilitan el encuentro a través de la comunicación.
En una segunda etapa, pondremos en diálogo la Luna y Venus con Saturno, regulador de la energía de Urano, Neptuno y Plutón. Estos tres últimos, conocidos como planetas transpersonales, se sitúan más allá del yo: su energía resulta más difícil de integrar en la conciencia y, con frecuencia, es proyectada en los demás.
Finalmente, cerraremos con el estudio del eje Ascendente–Descendente, una polaridad de aprendizaje que, desde el inicio de nuestra existencia, se manifiesta como destino y constituye uno de los primeros espejos en nuestras relaciones interpersonales.
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